Cuando el amor empieza con T de Topsia

Si algo debería de haber aprendido después de 21 días en la India es que los finales no existen. Pues bien, cuesta llevarlo a la práctica. Mientras todo apunta a que esto se acaba, mientras los billetes de avión hacen su trabajo en el calendario, yo me repito que hay asuntos que no pueden cerrarse porque están vivos. Lo hago cada vez que siento un pellizco en el corazón, es decir, con frecuencia. ¡No quiero que esto se acabe! Está claro que para hacer de mí una hindú hacen falta varias reencarnaciones porque no termino de llevarme bien con las despedidasquenosondespedidas ¡por Visnu!. Menos mal que a veces aparecen en mi cabeza palabras felices dispuestas a salvarme el ánimo, como por ejemplo, resurrección. Compongo la frase («Regresar no significa poner fin a un viaje porque puede ser toda una resurrección») pensando en mi viaje de Thanatos a Eros y de Eros a Topsia.

A mitad de este viaje surgió la oportunidad de terminar el recorrido en este barrio de Kolkata y como me he comprometido a decir «sí a todo», acepté. Lo que no imaginaba era que me estaba esperando una de las lecciones más importantes de mi vida: la entrega verdadera. ¡Sí, sí, esa de la que vengo hablando desde que anuncié que me iba a la India!. Ahora sé cómo se hace eso de entregarse al amor de manera incondicional. ¿Cómo voy a creer en los finales, por felices que sean? ¡Imposible!

image(Las paredes de Topsia hablan)

Un poco más y tomo apuntes, de tanta atención que presté. Comparto, comparto, ahí van mis conclusiones:

Entregarse verdaderamente consiste en contemplar con todo tu cuerpo a quien te entregas, celebrando íntimamente cada uno de los detalles de sus gestos y rasgos; venerar su presencia en cada uno de los segundos que componen un minuto, alegre por el simple hecho de que eso esté sucediendo. Quien se entrega verdaderamente se plantea qué es lo que puede hacer feliz al otro, se pone en su piel y procura proporcionarle esa fuente de alegría. Al ver su disfrute gozará el doble, como también le conmovería su dolor si este apareciera, por eso quien se entrega así no espera nada a cambio, porque es precisamente el acto de entregarse el único premio que desea.

Este acto verdadero es tan limpio que quien recibe la entrega siente que su corazón se eleva y no necesita nada más, no lo vive, pues, como un homenaje, sino como un acto de amor contagioso. A mí me sucedió. Puedo asegurar que sonreí por dentro y por fuera, me sonreía hasta el hígado, me sonrieron los dedos con los que les rozaba, pues eran vari@s mis entregad@s. Aprendi, viéndoles, que cuando llegó la hora de irse no levantaron corazas, ni disimularon la pena, ni hicieron promesas compensatorias, simplemente se les humedecieron los ojos, dejaron que una ligera sombra les visitara el rostro y la mezclaron con la plenitud que había generado nuestro encuentro. Tomé apuntes, estoy intentando llevar a la práctica el proceso, admito que soy una vulgar principiante.

image(En aquella escuela me aguardaba un asiento que empezaba por D, la letra por el que comienzan ciertas historias de amor)

Describo con emoción esa entrega verdadera como si estuviera sucediendo en este mismo instante. Recuerdo a mis maestr@s. L@s hindúes consideran que todo el mundo deberia tener un maestro, hay quienes se pasan toda una vida buscándolos. Yo me los encontré, debe ser que tengo suerte. Tengo presentes sus ojos grandes, su piel oscura y suave, sonrisa abierta, huesos finos, pelo negro y denso retirado del rostro con aceite. Cuando acercaban sus cuellos a mi cara para plantarme un beso podía oler su ropa: simple jabón. Llegaron en grupo, en realidad en alegre avalancha. L@s que apenas llegaban a levantar un metro del suelo se agarraban a mis rodillas, mis muslos, mis manos, las muñecas… En pocos minutos me convertí en un racimo de uvas negras en el que cada uva era un maestro o maestra de la entrega verdadera. Si hubiera querido hubiera podido elegir, pero el asunto era al revés: yo simplemente estaba presente, ell@s eran quienes elegían.

Había llegado hasta allí como sombra de Kika, ella es una alumna aventajada en el acto de entregarse de forma verdadera de modo que me limité a imitarla… Hasta cierto punto, porque hubo un momento en el que empezó a hacer algo complejísimo: responderles con amor incondicional a cada un@ de ell@s, con un compromiso e interés verdadero y durante el tiempo preciso. Aseguro que es dificilísimo no agotarse, no entretenerse, dar en la diana del corazón una y otra vez. En medio de toda esa amorosa algarabía empecé a sentirme más y más vulnerable, alegre y torpe a partes iguales, recordé aquellos años en los que yo tampoco levantaba un metro del suelo. ¿Cuándo olvidé qué es eso de la entrega verdadera, el amor incondicional?

Una niña de seis años acariciaba ni mano derecha, a mi izquierda un niño de unos siete años me miraba con arrobo en alegre silencio. Se entregaban así, de forma absoluta, porque no tenían que elegir nada más. Allí no hay televisión, ni chuches, ni tias, ni tios, ni regalos, ni quieros ni puedos, ni libros, ni cuadernos, ni futuro, ni nada que pueda desviar su atención del aquí y el ahora. Simplemente he llegado y están sonriéndome y eso es lo que vamos a hacer durante una hora: perdernos en la espiral de la sonrisa, porque además, no hablamos el mismo idioma. Compruebo que al devolverles mi sonrisa mis maestr@s se iluminan más, haciendo aún más fervorosa y sencilla su entrega. Entre nosotr@s va creciendo un río de alegría enamorada y yo, creo, empiezo a sentir los balbuceos de un amor incondicional, verdadero, gratuito.

image(Samboal, mi maestra de entrega verdadera, se quedó con la varita mágica que me regaló Eufrina)

Por lo visto viven en la miseria, según las estadísticas el barrio en el que crecen está muy por debajo del umbral de la pobreza, es decir, muy lejos de lo que consideraríamos «llevar una vida digna». Pues bien, en ese lugar precisamente fui besada durante más de una hora por decenas de bocas. Me llamaban «Mom» como los pollitos pian, hacían bromas, me abrazaban, me daban todo lo que tenían: unos minutos de su vida, sin interrupciones, sin miedos, sin normas de urbanidad, sin «tuyo» ni «mío» y, por tanto, nada «nuestro». Nadie querría nacer en un lugar así, pero, pero… ¿Cómo podían ser tan hermos@s? He tenido la fortuna en esta vida de trabajar con niños y niñas de los barrios más humildes de Palma (gracias Mechi, gracias Biel), con personas sin recursos (¡viva Son Gotleu!), con adolescentes y jóvenes cuyas limitaciones físicas y psíquicas me han enseñado más que lo que yo he podido enseñarles, pero, pero, donde aprendí qué es eso de la «entrega verdadera» fue allí, en Topsia, una de las barriadas más pobres de Kolkata, en los márgenes de un país profundamente espiritual como es la India.

Mis dos maestr@s no se desligaron de mis manos durante el tiempo que paseé por el slum en el que viven. La callejuela mide cerca de dos kilómetros y se dibuja casi como una linea recta pegada a un canal. Una tras otra se enfilan chabolas hechas con todo tipo de materiales de deshecho, aunque recientemente la Administración Pública ha sustituido las casetas de caña por paredes de conglomerado y techos de uralita. ¡De uralita, ese tórrido material que por contener amianto puede producir cáncer! ¡Pero si en Kolkota se pueden llegar perfectamente a los cincuenta grados! Pues si. Como en todas partes, en esta ciudad hay arquitect@s y polític@s que no se atreverían a vivir en las casas que edifican. Desde el año 2006 existe una normativa en España que promueve el desmantelamiento de este tipo de materiales precisamente porque producen enfermedades respiratorias como el cáncer de pulmón, de pleura, asbestosis… Puede pasar mucho tiempo (20 años o más) entre la exposición a las fibras de amianto y el comienzo de este tipo de enfermedades, no sé si lo saben aunque, ¿quién piensa aquí en lo que les sucederá dentro de 20 años? ¿En cuántos años cifran su futuro?

image(Tabassum ya tiene 13 años y sueña con ser diseñadora, por eso estudia)

Las entradas a las casucas dan a un suelo que debe de encharcarse en época de los monzones, allí mujeres y niñ@s recortan las piezas de caucho en las que enganchamos los dedos de los pies cuando nos ponemos sandalias. Por el color, parece que todos trabajaran para la misma empresa de calzados local. En la parte posterior, el canal hace de sumidero no solo del slum sino de toda la población de Topsía. Cada casa debe medir unos 9 metros cuadrados, presididos por una enorme cama en la que duerme gran parte de la familia, formada por una media de 3 criaturas aunque las hay con 9 hij@s. El hecho de que no tengan lavadoras ni frigoríficos, que los armarios sean estantes en los que conviven teteras, vasos y algunas prendas de ropa, que coman sentados en el suelo, que el WC sea el canal y que el concepto sofá sea impensable hace que esos metros cuadrados sean espacios ordenados en los que la limpieza se mantiene fundamentalmente con escobas, agua y jabón. Al caer la noche, si es que llega la luz al barrio, en algunas casas encienden el televisor.

Llevaba tres semanas diciendo a diestro y siniestro Namaste y de vez en cuando respondiendo «Hare Krishna» a quienes así me saludaban, lo de escuchar «as salaam auleikum» en aquellas voces infantiles, me sorprendió. Resulta que esta zona de la ciudad es casi un guetto musulmán, en el que también se reza cinco veces al día, pero a otro dios. En el complejo entramado de castas y clases, l@s musulman@s se situarían en el último escalafón, junto a los «intocables». «La provisión constitucional deja a los musulmanes, cristianos y otros no hindúes al desamparo de la protección estatal, ya que sólo contempla la discriminación ritual histórica dentro del hinduismo. Pero téngase en cuenta que la mayor parte de ciudadanos pobres o marginales de la Unión India son gente de origen tribal, intocable o musulmán», explica Agustín Pániker en el magnífico ensayo «La sociedad de castas. Religión y política en la India».

En las normas de discriminación positiva que se desarrollaron tras la independencia, esas leyes que otorgan a las castas y tribus desfavorecidas trato preferencial en varias esferas para compensar una injusticia histórica, no están incluidos l@s musulman@s pobres. A menudo son descendientes de hindúes de castas inferiores que se convirtieron al Islam para escapar de la discriminación de casta. Se superponen, pues, la estratificación social con la desigualdad económica, a la que hay que añadir la de género (las mujeres se consideran menores de edad toda su vida) y la de la edad. Ser musulmana y tener seis años es uno de los peores destinos que te puede suceder en este mundo y eso era mi maestra de la entrega incondicional, que buscando mi alegría hacía girar una minúscula peonza en la palma de mi mano derecha.

image(Además de estudiar, dan y reciben amor y, bueno, yo compartí con Jazmin y Kika mis tres nueces, la de la vida, la del amor y la de la muerte)

Mi maestro de la izquierda disfruta al verme reír con la peonza. Le conocí ayer, en la escuela que ha montado Kika en un edificio del barrio. Es uno de los 150 niñ@s que acuden cada dia allí gracias al apoyo de la ONG que esta mujer montó hace 10 años y que mantiene con lo que ella gana durante los seis meses en los que trabaja en Mallorca. Con ese dinero ganado a pulso les financia su matrícula, los libros y uniformes, pone a su disposición clases de repaso y de inglés, y lo más importante: les recuerda que tienen voz y vida propia y pueden decir en alto que quieren estudiar para llevar una existencia mejor que la que les ofrecen: buscar en las basuras (uno de los destinos más habituales para los niños) o casarse con doce años para ser madres enseguida.

Como les pasa a los «dalits» o intocables, l@s niñ@s musulman@s sufren una clara discriminación en las aulas en la India. En algunas escuelas se les obliga a limpiar los servicios o a sentarse separados del resto por ser considerados «sucios» o incluso golpes por parte de algunos profesores. Hay casos en los que sólo se les da de comer si sobra comida del resto de compañer@s. Esta discriminación se mantiene pese a que una ley estatal de 2009 (la «Right to Education Act») garantiza el acceso a una educación gratuita y obligatoria para tod@s l@s niñ@s de 6 a 14 años, sin ningún tipo de discriminación. Sin embargo, de acuerdo con datos de UNICEF, 80 millones de niñ@s en la India no terminan la educación básica, el 64% de los casos son niñas.

Kika les busca una escuela adecuada, les prepara para su ingreso, está al tanto de sus recorridos hasta detalles como el de aquella mañana. Hablaba con una mujer, sus hijas quieren quedarse en Topsia mientras sus padres regresan al campo durante un par de semanas. Es época de exámenes y las niñas no piensan perder ni un dia de escuela. Las protagonistas atendían a la conversación mientras recortaban sandalias con enormes tijeras. Si quieren podrán dormir en la escuela, en el mismo colchón que me ha dejado Kika durante un par de noches, aunque ambas saben que pueden contar con el apoyo del resto de sus vecin@s.

Alcanzado el consenso, acompañamos a las niñas a un canal vecino, donde se darían un chapuzón con sus amigas; como la cosa más natural del mundo, la más pequeña se puso a lavar la ropa que llevaba en un cubo de metal. Durante esos días sin sus progenitores ellas seguirían haciendo la comida, lavando la ropa, recogiendo la casa, recortando sandalias, yendo a la escuela y estudiando, como siempre, sin sentirse orgullosas de sí mismas.

image(En el canal, lavan la ropa mientras juegan)

Un niño flaco, de ojos enormes y dientes blanquísimos, apenas superados los siete años, cogiéndote de la mano y mirándote durante todos los segundos que tiene in minuto, con interés, atención y devoción, mientras te acaricia con un dedito la uña de tu índice, eso es entrega verdadera. ¿Un dibujo en la pared? ¿Una peonza pequeñita? ¿Besar a un bebé? Si eso es lo que quería eso es lo que me daría. Me tomó de la mano, me guió hasta el tesoro y me lo enseñó esperando mi asombro porque sabe que besar a un bebé es como para asombrarse. Cuando se despidió de mí me miró emocionado por haber compartido con él esa hora tan hermosa. Enseguida mi mano izquierda fue ocupada por otra niña, que me guió al canal, y por la última, con la que crucé el puente…

¿Sabes cuánto cuesta mantener la escuela? ¿Cuánto cuesta ayudarles a estudiar? 600 euros al mes que Kika ya no sabe de dónde sacar porque los salarios han bajado mucho en nuestro país. Aún así está preparando su próximo viaje a Mallorca, l@s niñ@s de Topsia crecen y las matriculas son cada vez más caras, además le gustaría poder atender a tod@s l@s que se han quedado fuera porque no tiene más recursos. Sacará dinero de debajo de las piedras, lo sé porque su amor es incondicional. Aún así, durante los dos días que Kika me permite estar a su lado no dejamos de hablar de cómo puede obtener más dinero de nuestr@s conciudadan@s.

Tengo que recordar que en la India, a pesar de las grandes desigualdades, he aprendido que no se trata de dar lo que nos sobra. Ví como el dueño de un café en Kahuraho repartía el mismo arroz con verduras que luego le pediría yo. Diez personas le esperaban en la puerta del local, con sus platitos de metal vacíos. Le pregunté si todos los días repartía lo que les sobraba entre aquellos mendigos y me contestó que todos los días les preparaba un plato de comida caliente, no eran sobras, porque también es importante dedicarles un tiempo y hacerlo con amor. Pues eso, que no se trata de dar el dinero que nos sobra, eso no es amor incondicional, ni entrega verdadera, ni siquiera tiene mérito.

image (Y hasta el último minuto, amor y más amor)

Si quieres saber más sobre el proyecto que lleva adelante «Los niños de Topsia» visita su web: http://www.childrenoftopsia.org

2 comentarios en “Cuando el amor empieza con T de Topsia

  1. Nunca he estado en India. Estos días me he sumergido en tus relatos y puedo decir que nunca había «vivido» una experiencia de viaje tan profunda, completa, divertida, chocante a veces, delicada, llena de amor y tan real.
    Que más puedo decir ? No tengo palabras, gracias Martha !!!

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