Tres dias con lady Abundancia

Iniciar este viaje solicitando ayuda a Esperanza me pareció pertinente. Me dejé llevar por el azar que había puesto su nombre en mi camino. Era la primera vez que escribía a alguien que residía en la India. Encabecé el mail con entrega poética: «Estimada Esperanza, me dirijo a ti casi como si te invocara. Me fascina incluso decirte que no te conozco…» Dos días después Esperanza me contestaba facilitándome toda la información que necesitaba, como no podía ser de otra manera. Al terminar su mail me desvelaba que hacía muchos años que había cambiado su nombre por el de Mahalaksmi, que en sánscrito significa Abundancia y me ofrecía pasar unos días en su casa, situada a 100 kilómetros de Kolkata. Si en sólo dos días la Esperanza se convertía en Abundancia, ¿qué me depararía este viaje?.

Estaba esperando el taxi que me llevaría a Mayapur en la puerta de la biblioteca, revisando las fotos que había hecho a una de mis vecinas, cuando vi que una mujer envuelta en un sari blanco se acercaba a mí con paso decidido mientras decía mi nombre entre cortas carcajadas. ¡Mahalaksmi/Abundancia había venido a buscarme en persona!. Nos abrazamos. He sido su sombra durante tres días.

Tardamos dos horas en atravesar Kolkata y otras dos en alcanzar Mayapur. En total 240 minutos de volantazos, baches, cláxones, polvo y una especie de humedad tropical que pegaba la ropa al cuerpo sin que por eso sintiera calor. Presenté mis respetos a mi anfitriona, pues había realizado un total de nueve horas de viaje sólo para acogerme. De inmediato comprendí que la Abundancia es inevitablemente generosa y me complací por su compañía.

No nos conocíamos de nada, sin embargo creía ver en su rostro el de alguna mujer querida. Mientras me respondía cómo había llegado a vivir allí alguien que había nacido en Mallorca intenté identificar a qué amiga me evocaban sus ojos, su mentón, su nariz… Y llegué a la conclusión de que el rostro de lady Abundancia resumía el de muchas de las mujeres a las que amo, el color de sus ojos, por ejemplo, me evocaba a los de mi abuela María.

«¿Cuál es tu propósito en este viaje?», espetó, arrancándome de mis monólogos. Mahalaksmi cerraba las frases con una carcajada divertida, lo que teñía cada una de sus profundas preguntas de una enorme ligereza. Intenté ser lo más verdadera posible: que a la necesidad de mover el suelo que piso y a una suma de azares se había añadido la voluntad de un puñado de personas que con sus contribuciones me habían permitido comprar el billete y organizar el viaje a cambio de que cumpliera un mandato: ir y contar. Añadí que el asunto me pillaba en un momento en el que me preguntaba sobre el amor y la muerte y que había decidido vivir aquello que me ofreciera el camino. «Sé que en Varanasi contemplaré la muerte de cerca, he reservado un billete de tren para ir allí en unos días; imagino que el amor está en cada paso que estoy dando». Mahalaksmi sonrió.

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Entrada al «reino» de lady Abundancia

No dejamos de hablar ni cuando paramos a tomar agua de coco en la carretera. No sabía que mi anfitriona es devota de una rama del hinduismo, el vaisnavismo, que practica el amor a su dios y a todas sus manifestaciones, desde los seres humanos a los insectos pasando por montañas, rios y océanos. Todos, del rio Ganges al conductor que nos llevaba a Mayapur, tenemos una identidad propia y, por tanto, derechos y autonomía. Teniendo en cuenta mi particular relación con los ríos y mi vida en el mar, esa forma de relacionarse con la naturaleza me pareció de lo más sugerente. «¿Amor? ¿Cómo lo definirías?». «Desear el bien del otro sin esperar nada a cambio», recuerdo que fue una de sus frases. También dijo «Entregarse al amor» y más tarde «Confiar». Era evidente que el azar me había vuelto a colocar en la orilla adecuada.

Nada más alcanzar la entrada principal del enorme recinto amurallado en el que vive Mahalaksmi me asaltó el primer juicio: esta comunidad vive al margen de la vida cotidiana de este pueblo y sus habitantes. Decidí dejar atrás las críticas y limitarme a escuchar y comer de todos los platos que me ofreciera Abundancia, ya iría discerniendo en cada bocado. Además, el cansancio hacía mella en mí y todo era demasiado nuevo y brillante como para no dejarse llevar. Faltaban apenas unas horas para que comenzara la primavera según el calendario ayurvédico, el festejo coincidía con la fiesta en honor a Sarasvati, diosa del conocimiento y Mayapur se preparaba para la ocasión, multiplicando el ir y venir de fieles, visitantes, feligreses… Miré el calendario, San Valentín debía de estar aplastando las neuronas de l@s amantes en Europa; sin duda, yo alguna prefería festejar el conocimiento y la llegada de la primavera.

Le dije: «Seré tu sombra, haré lo que tu hagas».

No imaginaba que la jornada de Lady Abundancia comenzaba a las O3:30 de la madrugada.

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Y aquel sábado, primer dia de primavera,  también salieron a celebrarlo los elefantes

A las 04:30 ya estábamos en el templo haciendo reverencias a las imágenes de su dios, sus maestros, el fundador de esta escuela vaisnavista… No es la primera vez que participo en rituales religiosos de diferentes credos, dispares en geografía y culturas, de modo que lejos de enredarme en prejuicios fui preguntándome dónde había visto antes esto y aquello, al tiempo que lo relacionaba con mis inquietudes narrativas. Por ejemplo, la importancia del ritmo, las repeticiones y la danza a la hora de integrar una información. La mayoría de los ritos religiosos recurren a la repetición de palabras y al murmullo colectivo de frases más o menos entonadas o cantadas. Si la vibración que generan ciertos cánticos puede ser hipnótica, el hecho de que esa cadencia se lleve al cuerpo siempre me ha parecido revolucionaria, algo que he aprendido cuando he tratado de transmitir información a personas con problemas neurológicos. Utilizar la cadencia del cuerpo para discernir y crear en compañía ha sido una herramienta iluminadora. No es sólo mi propia experiencia, el conocimiento se abre a este tipo de nuevas prespectivas, de hecho ya existen ramas de la ciencia utilizan las ondas de los sonidos para sanar ciertas enfermedades.

Tenia varias ventajas para no entrar en debates mentales, es decir, para hacer lo que me han enseñado mis alumn@s: «discernir» sin palabras. La principal ventaja era mi ignorancia, no entiendo el sánscrito y aquell@s feligreses murmuraban, cantaban y bailaban sus letanías en ese idioma. Además, me chifla bailar; creo que soy capaz hasta de marcar con las caderas la música de los telediarios. Cualquiera puede imaginar en este momento mi magnífica integración en las ceremonias compartidas con Mahalaksmi. Mientras disfrutaba dando saltos con el resto de l@s devot@s y peregrin@s al son de los tambores y del cantante/orador, confirmaba que arrancar el día plantando los pies en la tierra, bailando, recurriendo al ritmo, permite tomar conciencia de nuestro lugar en relación con todo lo que nos rodea. Esta experiencia física puede llevarse a otras esferas, por ejemplo las narrativas: L@s poetas saben que si caminan mientras dicen en alto el poema permite que este crezca a su libre albedrío y que si canturrean mientras mueven los pies en busca de inspiración pueden recordar con más facilidad cuál es el tono de su voz narrativa.

De lo que estoy hablando es de un concepto de múltiples caras llamado armonía. Cuando la armonía se comparte se puede alcanzar un estado «vibracional» que lleve al éxtasis. L@s amantes saben de esto, también lo saben quienes gozan de sensibilidad estética, que le pregunten a Teresa de Ávila o Ramón Llull en qué consiste el éxtasis místico. Mientras oraban, cantaban y bailaban, a lo largo de las cinco horas que dedican a esta labor mientras enlazan el día con la noche, observaba cómo les cambiaba el rostro a esas personas, procedentes de todos los puntos del planeta. Estaban haciendo algo muy concreto: se entregaban.

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Alzar las manos al cielo, de pura alegría, un gesto común en tantos seres humanos

En estos tres dias juntas el empeño de Mahalaksmi ha sido ponerme en contacto con otras mujeres para que hable con ellas sobre «mi propósito». Ella lo llamaba «entrevistas», pero yo tengo claro que hace años que dejé de ser «periodista» (en el sentido de que mi objetivo no es «informar» al uso, apelando a la objetividad) de modo que aceptaba cada encuentro sin pensar sobre qué hablaríamos. Este fue el resultado:
El primer día. En el parque. Me acababa de zampar una samosa vegana (una especie de enorme empanadilla riquísima) y pegaba los últimos sorbos a una tisana de hinojo. Hacía unos minutos que había terminado la charla sobre el opuesto al amor, que no es el odio sino la indiferencia. El conferenciante, por supuesto, había desarrollado esta afirmación en términos religiosos mientras que yo me había dedicado a llevar este pensamiento por otros caminos. Por ejemplo, en esta era cibernética el silencio puede ser entendido como indiferencia. ¿A dónde nos lleva esta confusión? Porque es una confusión, ¿verdad Martha?

Mahalaksmi creó un rincón de intimidad bajo un árbol. Mi interlocutora había dirigido una escuela de niñas en EEUU durante treinta años. En esta comunidad religiosa el reparto de cargos sigue dejando en un segundo plano a la mujer, ¿qué tipo de «amor» se habría dedicado a enseñar? Antes de que pudiera darme cuenta hablábamos sobre el poder, concretamente sobre la posibilidad de ejercer el liderazgo con amor. Las palabras de aquella mujer me recordaban a las que he oído en boca de mujeres como, Mabel y Mauge Cañada, fundadoras de una ecoaldea pionera en España como Lakabe (Euskadi) y maestras de un nuevo tipo de gobernanza conocida como sociocracia: un/a líder no se presenta sino que es reconocid@, su propósito (el bien común) está por encima de su cargo, conoce sus limitaciones y no las esconde, es agradecid@…

El segundo día la conversación surgió a la salida del templo, después de esas cinco horas en ayunas Haciendo todo tipo de ceremonias. Aún no puedo entender por qué no me moría de hambre. Comenzamos a charlar mientras bajábaamos las escaleras; esta vez el tema vino sólo: La había estado observando esa mañana sin saber que ella sería mi contertulia; su rostro era muy expresivo, de modo que pude observar cómo en un momento determinado debía de sentir un dolor inmenso y poco a poco lo iba transformando en arrobo. Fue fácil hablar con ella del placer que genera encontrarse con el objeto de deseo.

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Compartiendo el fuego, símbolo de iluminación.

Evidentemente, aquella devota china hablaba de un «objeto de deseo» sublime, pero sus palabras podrian formar parte de cualquier fan del discurso del Marqués de Sade y el puñado de filósof@s postestructuralistas que le redescubrieron. Tomé nota: La clave del placer estriba en el punto de partida. Si se parte del sufrimiento y la ausencia, el objeto de deseo proporcionará un placer vinculado con el alivio y la superación del dolor, lo que supondrá también un grado de sumisión entre quien sufre y quien proporciona el alivio. Estos elementos forman parte de muchos juegos eróticos y no sólo los que practican en su grado más extremo l@s sadic@s, masoquistas, l@s artistas de las ataduras sublimes (shibari)  y cualquiera que se interese por el BDSM. Pero ¿qué sucede si el punto de partida es la plenitud y no la carencia, la certeza de que el objeto de deseo compartirá lo que ya posee quien le ama? Deseo a mi objeto de deseo, yo, mujer ya satisfecha…

El tercer día la conversación giró en torno a un riquísimo plato de arroz, legumbres y verduras preparado por Lady Abundancia en su pisito. Mis interlocutoras eran tres mujeres, una francesa, una israelí y una estadounidense con enorme relevancia en la comunidad porque fue discípula directa del fundador. Teóricamente era yo la que debía de preguntar, al menos eso esperaban de mí, así que opté por un arrancar con un planteamiento sencillo: todos los seres vivos de este planeta tenemos un elemento en común: queremos amar y ser amad@s. ¿Por qué creían ellas que nos cuesta tanto encajar las piezas? Después de cuatro horas de intensas conversaciones respetuosas en las que ellas siempre buscaban pillarme en un renuncio ateo, agnóstico, «impersonalista» o algo por el estilo, rubricaron mi postulado más básico: porque no hay piezas que encajar.

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Mi ya amiga, Mahalaskmi, me acompaña hasta el último instante. Antes de que me vaya me dice con pudor: «Ya sé que no es tu credo, pero si en algún momento te sientes insegura clama en alto !Hare Krsna!, entenderán que no eres una occidental hippy en busca de experiencias sino que al menos entiendes su forma de concebir la vida». Así de generosa es la Abundancia, que me presta a su dios, lo mejor que tiene.

3 comentarios en “Tres dias con lady Abundancia

  1. Mi amor, que fuerte y valiente que eres, sigo tus pasos, como me encantaria andarlos contigo….
    Miro al mapa de la India, me entra un poco de vertigo, te vas a atravesar media India…. Disfruta de cada instante, pero sobre todo cuidate, mucho.
    Te quiero, tu hermanita

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