Calcuta es una bruma orgánica

Pensé que eran mis ojos o el sueño que me vencía o que el día se levantó gallego, pero no, la calima con la que arrancaba la jornada es una «forma de ser» de esta ciudad. Estoy en mi cuarto, despierto por vez primera en Calcuta/Kolkata y el cielo sigue siendo gris. En las grandes avenidas, atestadas de vehículos y seres humanos, no hay horizonte. La ciudad parece colgada de una nube.

Esperaba el impacto de los olores, algo que no ha sucedido. Mi nariz opinó sobre el asunto hace 24 horas, cuando entré en la sala de espera del Hamad Airport (Doha, Qatar) dispuesta a tomar el último avión. Había un puñado de hombres hindúes a mi derecha y unas cuantas mujeres hindúes a mi izquierda. Mi pituitaria dijo: «El aroma de la India procede de la piel», tomé asiento y me dejé envolver. Si tuviera que definirlo diría que es «orgánico», como el de las flores vencidas poco antes de convertirse en detritus, un olor a vida que incluye el nacimiento y la muerte.

Aguardé a que amaneciera, es decir, sostuve unas horas más mi estancia en los aeropuertos (en total creo que han sido 35). Nunca me han sonreido tantas personas desconocidas en tan poco tiempo. Me gasté las primeras 100 rupias en un té (un tipo llamado «malasa» que supongo que llevará mucha teína) y continué leyendo (llevo conmigo el libro de Ramiro E. Calle «Tantra»). En la tercera hoja me encuentro con esto: «El tantra sigue la senda sin senda, porque el practicante la va definiendo en su sinuoso caminar». Si tuviera que explicar a qué me refiero cuando exclamo «Vida» lo haría así.

Entre nota y nota fui devolviendo sonrisas. ¿Sería mi aspecto? ¿Acaso les parecía amable que leyera y escribiera de madrugada en medio de un aeropuerto semivacío con una sensación de paz infinita?. Ahí va otra frase del libro: «La pasión es poder; la biología es fuerza; la respiración y el sexo son potencias». La murmuré, las palabras adquieren más presencia cuando se dicen. Si las paseas, si las llevas al cuerpo, si las bailas, terminan formando parte de tí. Lo que me planteaba el libro que tenía en las manos en mi primera noche en la India es que me apoyaya en las pasiones «para dar el gran salto hacia el vacío primordial». Teniendo en cuenta que la parte narrada de este viaje es una suma de ochos y ceros, de infinitos y vacíos, la frase tiene mucho sentido e ilumina al mismo tiempo lo que ya he hecho. El éxtasis al que se refiere mi novela adquiere autonomía y se llena de certezas, por ejemplo.

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La ciudad se deshacía en los cristales turbios del auto. El taxista era flaquísimo, llevaba la cabeza cubierta por un pañuelo. Kolkata/Calcuta se despertaba, el tráfico era aún ligero. Ví a personas trabajando: dos hombres empujaban un carro hasta arriba de barras de metal, en una esquina otro hombre limpiaba la oreja de su cliente, dos mujeres colgaban la ropa en la orilla de una calle, los conductores de los tuk-tuk limpiaban sus carritos y engrasaban los ejes de las bicicletas, en los puestecitos de comida colocaban los infernillos donde iban a encender en un rato el fuego… Siempre me ha gustado lanzarme a la calle a la hora en la que los seres humanos estrenan la jornada, me parece un momento teñido de esperanza compartida. ¿Cómo nos irá el día que tenemos por delante? Una joven barría la calle de barro con una enorme escoba de ¿sorgo?.

Viajábamos en silencio. Tosió. Le regalé la pequeña bolsa de caramelos que me dieron a bordo del avión. La tomó y se la guardó sin cambiar el gesto adusto. Una hora después me dejaba en la puerta de la biblioteca en la que hoy he despertado. Me dí cuenta en los últimos metros de que se había puesto en mi piel: estaba atravesando callejuelas levantadas sobre el barro por las que probablemente me hubiera extraviado. Preguntó varias veces, dimos vueltas a la misma manzana hasta señalar con el dedo la pequeña puerta de acceso a «Gita Bhgavan», mi destino.

Ni las distancias ni las referencias que me habian dado por email hubieran permitido que llegara a este rincón sin perderme: no hubiera considerado hospital a ese edificio ni avenida a esa carretera. Le agradezco con la palabra y con los gestos su humanidad, lo hago de todo corazón a mi modo: una ligera inclinación de la cabeza, las manos en el corazón, la mirada reposada en sus ojos… Me sorprendo al ver que corresponde con los mismos códigos, añadiendo las manos juntas sobre la frente, y que también sonríe. Repetimos el gesto varias veces hasta que a él se le endulzan los ojos y yo termino riendo, feliz por llegar a «casa».

Así arrancó un amoroso día en el que la bruma se alió con el sueño haciendo más lentos mis pasos. Mis anfitriones, l@s hombres y mujeres responsables de la biblioteca en la que guardan libros de referencia de su religión, son muy amables. Sabiendo que me dedico a narrar me pasearon entre los libros con mucho respeto, considerando que valoro la palabra escrita, las hojas que sostienen los relatos, los nombres de los autores. El joven que me atendió, Sundar Gopal Das, me hablaba a sorbos, permaneciendo en silencio entre frase y frase, dándome tiempo a digerir cada información, por pequeña que fuera. Que mi lugar de acogida sea una biblioteca en la que rescatan palabras del pasado me conmueve. Sundar me indica el sitio en el que podré leer cuando quiera. Saco mi cuaderno de viajes y lo retrato junto al libro que consideran texto sagrado en esta rama del hinduismo: Bagavad-gita.

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Le pregunté a mi primer amigo en la India por los horarios de vida, dónde comer, cuánto cuesta una botella de agua… Mi único objetivo era caminar entre las gentes, mirar y dormir, sobre todo dormir. No había logrado pegar ojo en las 35 horas de viaje. Salí. Mis vecin@s me miraron con amabilidad desde las puertas de su casa. Fregaban, lavaban, ordenaban, se afanaban.

En el barrio no hay palomas sino cuervos, igualmente bellos, igualmente aves. La única miseria en la que pienso es en la nuestra. El bienestar, tal y como lo concebimos en las grandes ciudades europeas, se sostiene en estos pies de barro. Di vueltas pensando en el asunto. Caminar mejora las reflexiones. Nada de esto es exótico, no haré retratos sin pedir permiso. Dejar que sean otros sentidos los que me guien, no el de la vista; ojalá sea el sexto.

Cuando regresé, apenas una hora después, me dijeron que me guardaban algo en la habitación del último piso, reservada para sus «encuentros» con krsna. Creí que me encontraría con alguien pero lo que me esperaba era un plato con arroz, patatas del lugar, una dulce salsa de tomate también de Kolkata y unas tortas de garbanzo. No pude evitar emocionarme. La hermosa mujer de ojos garzos que encontré a mi llegada me había traido comida de su casa, la misma que tomaría su marido. Una vez más, se habían puesto en mi lugar.

Y ahora vuelvo a preguntarle a nuestro estético mundo de las apariencias que me defina qué es miseria. Me avisaron que me impactaría y así es, pero no la veo en los pies desnudos ni en los cuerpos lacerados por el hambre.

7 comentarios en “Calcuta es una bruma orgánica

  1. Me ha encantado. He podido ver y sentir a través de tu relato. Muy bueno. Solo una reflexión: Se recomienda llamar indio al nacido en la India e hindú al que profesa el hinduismo; es decir, en esencia indio es un concepto geográfico e hindú es un concepto cultural.

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  2. Querida Martha,
    tu caballero andante me pide que escriba que procures no hacerte daño… que ya sabes que os tenéis que casar… y que no hace falta le recuerde que Toni existe.
    Conclusiones: 1. Cuidate y disfruta mucho , 2. Toni es como Teruel

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    • Por mi caballero andante, lo que haga falta. Y eso es amor y lo demás son tonterías, cuando llegue el momento de la boda Teruel lo entenderá todo. Procuro cuidarme, espero saber hacerlo en todo momento. Mil besos, a mi caballero y sus progenitores que tanto le aman.

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