El adiós de las pequeñas cosas

Los días se han vuelto mandarinas en mi mano. Cada gajo que me llevo a la boca es un último regalo, jugoso y fresco. Este es el tiempo de las microdespedidas.

Último día en el que compro almendras en el mercado.

Último día en el que saludo a la barrendera.

Último día que tomo tus manos.

Última página del libro.

Sé que también me rodean las primeras veces, pero este es el tiempo de amar lo pequeño de la vida cotidiana, sonreír a los rituales que cada día me edifican (el aceite en la piel, las zapatillas junto a la cama, la bolsa de té enredada en la cucharilla…) y comprobar que están llenos de deliciosos segundos.

No es la primera vez que viajo; en los últimos años de mi vida paso más tiempo fuera de casa que en ella, tan sólo serán 21 días, sin embargo, por alguna razón que no se explicar me envuelven las íntimas despedidas como antes no lo habían hecho. Paladeo esta dulce mandarina:

Último día en el que doy vueltas a mi taza en el desayuno.

Antepenúltimo día que duermo en tus brazos.

Último día en el que el vaho disuelve mi figura en el espejo del baño.

Penúltimo día que te respiro.

Este es el tiempo de los abrazos. Los vivo a cámara lenta: nos aproximamos, nos miramos a los ojos, sonreímos, acercamos nuestros corazones, los apretamos contra el pecho del otro, se acompasan, mejilla contra mejilla, cerramos los ojos, nos acogemos, respiramos al unísono… No hay día que no dé un último abrazo a alguien. Nunca fueron tan largos los segundos.

Este es el tiempo de las palabras de amor. Nunca dije tantas veces «te amo» con los ojos envueltos en agua, de forma profunda, honesta y verdadera, comprendiendo los matices, los sutiles hilos dorados que engarzan esta emoción. Nunca escuché con tanta atención cómo suena en la boca de otro ser humano la palabra «te amo», «te quiero», «t’estim».

Tomo lo que aparece en el camino. Nunca fui tan consciente de qué significa ser nómada, del linaje al que pertenezco. Me dejo atravesar por el viento mientras mis manos tejen.

corazón sandra corto

Voy metiendo mis pocos enseres en la mochila. Hay más cuadernos que ropa, más fetiches que medicamentos (la varita mágica de María Eufrina, la muñequita atrapasueños de Magdalena…). Sandra se presenta en casa con un cuadro lleno de sentido. La primavera es el destino, de la pequeña piedra surge un corazón rojo como una lengua. Guardo tres nueces en el bolsillo mágico; son tres como los tes que salen de las teteras árabes: el primero, amargo como la vida; el segundo, dulce como el amor; el tercero, suave como la muerte. De golpe viene a mi cabeza Miguel Hernández:

Llegó con tres heridas:

la del amor,

la de la muerte,

la de la vida.

Con tres heridas viene:

la de la vida,

la del amor,

la de la muerte.

Con tres heridas yo:

la de la vida,

la de la muerte,

la del amor. 

Jugaré con las tres nueces en la mano cuando quiera encontrar la palabra precisa.

No olvido que en este viaje observo la senda del amor y de la muerte.

Edifico la mochila mientras escucho un programa de radio que dirige la cantante Martirio (Cantes rodados) que José Luis me ha hecho llegar virtualmente. Como no podía ser de otra manera, está dedicado a las despedidas. El tema musical que elige para arrancar el programa hace que mi corazón se doble como una espiga mecida por el viento. Escúchalo, remite al viaje por el Mediterráneo, al mar en el GoOn, a los viajes compartidos y sus lazos invisibles.

Vuelven a aparecer los instantes naranjas:

Último día en el que veo caer las gotas de lluvia sobre el naranjo.

Último día en el que me quedo a solas ante el ordenador, en mi mesa.

Donde hubo carne de mandarina ahora hay luz.

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5 comentarios en “El adiós de las pequeñas cosas

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