Empiezo a quedarme quieta. Los dones siguen llegando como gotas de rocío. Abro mis manos, incrédula; mis dedos se vuelven pétalos.
Me han entregado un pañuelo para el frío, una dirección, un consejo, un libro, algo más de dinero, un número de teléfono, un contacto…
Este es el tiempo del recibir. Tomo conciencia del lento recorrido de este verbo:
me paro,
extiendo los brazos,
abro las manos,
miro a los ojos a quien me da,
reconozco su entrega,
admito mis fragilidades,
acepto el regalo,
me quedo a solas con él,
le presento mis respetos,
lo acuno,
dejo que impregne mi vida,
comprendo que nada de lo que hago es absolutamente mío
y actúo.
Desprendido el rocío, ya en tierra, no puedo decir que viajo sola a la India. Es imposible.
(en la foto, el mercado de las flores, en Calcuta)
Lo primero que hago es quedarme quieta. Sin moverme de la silla me voy deshaciendo de todas las Calcutas: las que habitaban en mí, las que me van llegando en libros, documentales y testimonios. Las observo, las atiendo y dejo que pasen. Cuando me quedo a solas intento vibrar con la onda que crean esos relatos e intento bautizarla: miseria, compasión, alegría, caos… Me quedo quieta ante cada una de esas palabras. Las contemplo. Dejo que pasen. “No es mi tren, aún no ha llegado mi tren”, me digo.
Aguardo. No me he movido de mi sitio y sin embargo ya ha comenzado el viaje. Las margaritas de mis manos se posan sobre el teclado esperando a decir. Un lento tren de vapor llega trayendo en sus vagones las preguntas. ¿Quién da y quién recibe en la India? ¿Nuestros relatos sobre la miseria, por ejemplo, qué dan? ¿Qué dan nuestros documentales, nuestras novelas, nuestros blogs, los cuentos que compartimos con nuestros seres queridos sobre nuestro paso por el mundo? Al conmovernos por la desgracia ajena, ¿quién recibe? Aventamos palabras constantemente, ¿de dónde proceden? ¿Qué estamos sembrando?
Dar nos vincula con las sutiles redes de la inmensa, infinita y habitada existencia. Al dar hacemos mucho más que conectarnos: entregamos vida. Observo la flor que riego, reverdece con cada gota que le doy. Mis dedos, pétalos, escriben estremecidos esta frase. En ambos lados de este hilo estoy, formando parte de una red vinculante y comprendiendo que esos vínculos no me pertenecen.
Lo sé, dar es gratificante, genera alivio, nos coloca en una buena posición, es un buen traje con el que disfrazar la exigencia, la búsqueda de compensación, el intercambio productivo, el ejercicio de poder, el consuelo de la culpa. No, ese no es mi tren, por eso doy un paso atrás: Ahora soy la que recibo, al menos que mis palabras sean verdad.
Dar y recibir. Entregar. Entregarse. ¿Qué es esto del amor y de la muerte?